Bolivia, el fin del viaje

Lago Titicaca. Isla del Sol
Foto: Rodrigo Castillo
Lamentablemente mi paso por Bolivia fue bastante breve.
Viniendo desde Cusco, la primer parada fue el Titicaca; nombre del lago navegable más alto del mundo y recuerdo clásico de la infancia (a quién no se le quedó grabado cuando en la primaria nos lo hacían marcar en el mapa físico-político que comprabamos en la librería del barrio). 
Fuimos a la hermosa Isla del Sol y caminamos por las  sierras, recorriendo ese paraíso que cada verano es invadido por mochileros chilenos y argentinos que, guitarra, charango y carpa de por medio, llegan al lago con ansias de diversión (es un destino obligado para el "hippie tour").
De todas maneras, dos días bastaron para quedar enamorada de este lugar y prometer volver para conocerlo con más profundidad. 
La próxima estación fue La Paz, que con la calidez de su gente, el caos de sus calles y la hibridez de su cultura, me terminó de delinear el "ser boliviano". También fueron pocos días pero, como en la mayoría del viaje, tuve suerte en mi camino; ejemplo de ello es que encontramos de casualidad al presidente Evo Morales entrando a la Casa de Gobierno y lo saludamos y fotografiamos.

El último destino en el camino boliviano fue Oruro, donde llegamos solamente para tomar el tren a Villazón y cruzar a Argentina. 
La Paz
Otro golpe de suerte como en La Paz: si bien por la fecha no llegabamos a presenciar los carnavales, justo el día que nos ibamos se realizó el ensayo del desfile, y ahí estabamos nosotros. 
El milenario carnaval de Oruro -declarado en 2001 Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por la UNESCO- con la figura de la diablada y su danza como eje, atrae miles de visitantes cada marzo.
Finalmente, y luego de más de veinte horas de tren a Villazón, el momento  de decirle adiós al viaje se acercaba. 
Casi dos años atrás había comenzado esta aventura llena de ilusión, expectativas y un poco de miedo. Ahora, dando los últimos pasos para cruzar la frontera que me separaba de mi país, la emoción y alegría por el sueño cumplido dibujaban  una enorme sonrisa en mi cara (que solo logró disminuir la hora de fila que tuvimos que hacer en La Quiaca para poder sellar el pasaporte).
Así fueron los últimos momentos en el camino que me llevó desde México a Bolivia, donde tuve el privilegio de conocer algunos de los lugares más hermosos de América Latina y, principalmente, aprender que no importa demasiado a dónde viajes, sino con qué personas te cruces. 

Inolvidable Latinoamérica, ¡gracias por tanta magia!




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